Según Rafael Bisquerra, las emociones son “estados complejos del organismo caracterizados por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada y que, generalmente, responden a un acontecimiento externo o interno”. Así pues, se trata de reacciones que genera el individuo ante cambios producidos en el entorno y que se ven influenciadas por sus creencias, percepciones, actitudes y experiencias previas.
Asimismo, debido a la gran variedad de emociones que existen y a las necesidades a las que responden cada una de ellas, se pueden clasificar en:
- Emociones primarias: son consideradas como las emociones más arraigadas en los individuos, puesto que están estrechamente ligadas con sus necesidades. En este caso, se puede distinguir entre:
- Emociones primarias adaptativas: responden a una situación actual, empujando al individuo a actuar en consecuencia a la necesidad que hay detrás. Una vez afrontada la situación, la emoción se desvanece.
- Emociones primarias desadaptativas: se activan con una situación presente aunque responden a un acontecimiento pasado. Se trata de emociones conocidas para el individuo, puesto que se basan en un aprendizaje previo.
- Emociones secundarias: son las emociones que están relacionadas con la imagen que uno tiene de sí mismo. Hay que vigilar con este tipo de emociones, puesto que a veces, no conectan con la verdadera necesidad, de modo que, es necesario que se reconozcan para poder ver qué hay detrás de ellas.
- Emociones instrumentales: se trata de las emociones que el individuo utiliza de forma más o menos consciente para conseguir un fin. Es decir, existe una intencionalidad en ellas.
En cualquier caso, sea cual sea la tipología de las emociones, es importante que el individuo aprenda no solo a reconocer sus emociones sino que sepa cómo gestionarlas y expresarlas.
No obstante, este aprendizaje no siempre es sencillo pues en ocasiones, el individuo se encuentra con ciertos conflictos que le impiden poder tomar el control de su vida y por ende, elegir el camino que les satisfará y les permitirá desarrollarse emocionalmente.
Es por ello que, en los años 80, Sue Sue Johnson y Les Greenberg desarrollaron la Terapia Focalizada en las Emociones (TEF), la cual se caracteriza por poner el foco en el procesamiento emocional, entendiendo las emociones como un sistema innato y adaptativo que están ligadas a las necesidades más básicas de los individuos y que permiten su supervivencia.
Gracias a este trabajo terapéutico, la persona que padece este tipo de dificultades será capaz de identificar, explorar, regular, dar sentido, transformar y flexibilizar sus emociones.
Para aprender a gestionar correctamente las emociones, primero se deben identificar correctamente, respetarlas y aceptarlas. Es decir, la persona debe localizar la emoción en su cuerpo, en sus gestos, en sus ritmos respiratorios con el objetivo de reconocerla y legitimarla.
Para lograrlo, es indispensable que la persona desarrolle o mejore su Inteligencia Emocional para poder reconocer las señales sutiles que permiten al individuo no solo saber lo que está sintiendo él mismo en un momento concreto, sino conocer lo que siente el resto para comprenderse mejor tanto a sí mismo como a los demás.
La Inteligencia Emocional es definida por Mayer, Salovery y Caruso como la “habilidad para percibir, generar y acceder a emociones que faciliten el pensamiento, para comprender el conocimiento emocional y para regular las emociones de manera efectiva permitiendo el crecimiento intelectual y emocional”, cuyos componentes básicos son los siguientes:
- Atención emocional: consiste en prestar una atención adecuada a los sentimientos propios y de los demás. De este modo, la persona será capaz de reconocer qué es una emoción y qué no lo es, desarrollará un vocabulario emocional más preciso, a la vez que podrá diferenciar el componente fisiológico del cognitivo y del comportamental de dicha emoción. De igual forma, diferenciará también las emociones propias y la de los demás.
- Facilitación emocional: se trata de la habilidad para asimilar la emoción en el pensamiento. Así la persona reflexionará sobre la influencia de las emociones sobre el pensamiento, distinguirá las emociones que potencia el pensamiento frente a las que no lo potencian o incluso que lo obstaculizan, y aprenderá a aplicar estrategias que le permitirán potenciar las emociones con efectos negativos a la vez que se debilitan las que producen el efecto contrario.
- Comprensión emocional: hace referencia a la capacidad para reconocer y entender las emociones propias y las de los demás. Con ello, el individuo tomará conciencia de la subjetividad de las emociones, podrá reconocer y discriminar las distintas emociones y será capaz de identificar las causas, los componentes y las consecuencias de una emoción propia.
- Regulación Emocional: es la habilidad para influir en qué emociones se tienen, cuándo y cómo se experimentan y se expresan. A partir de la observación de ejemplos concretos basados en la propia experiencia del individuo, éste verá la influencia que ejercen las emociones en su estado emocional y podrá aprender diferentes estrategias concretas que le permitan regularse emocionalmente.
Con todo ello, la persona dispondrá de suficientes herramientas para que cuando reaccione frente a un estímulo, sea capaz de identificar la emoción, sentirla y aceptarla con el fin de poder ponerle nombre a este sentimiento y acabar llegando así a la necesidad que hay detrás de la misma.