En este artículo queremos hablar de un tema que nos toca más cerca de lo que podemos pensar, como es la hipocondría, que muchos habremos sentido alguna vez y que es sin duda un trastorno psicológico que hay que saber manejar con cuidado, y hoy vamos a intentar aportarte algunas herramientas para poder hacerle frente.
Vamos a ponerte en situación:
Anna hace meses que no se encuentra bien. Todo empezó un día, el año pasado, un sábado como tantos, saliendo a bailar con unas compañeras de clase. Fue entrar en la discoteca y empezó a marearse, se angustió, no entendía qué le ocurría y el corazón empezó a latir con fuerza. Sentía que iba a desmayarse en cualquier momento y no podía entender ni controlar lo que le ocurría. Ha estado buscando en internet sobre sus síntomas y está convencida que “algo malo” debe ocurrirle, ya que a partir de ese día cada vez siente con más frecuencia, mareo, vértigo y palpitaciones. Piensa que debe sufrir cáncer, de hecho, está convencida que debe tener un tumor cerebral. Su abuela y su tío murieron de cáncer de colon y de pulmón respectivamente. Ella tiene 25 años y sus familiares enfermaron pasados los 70. Pero esto no impide que deje de sufrir constantemente. Ha dejado de ir al gimnasio, conducir y salir con amigas por miedo a encontrarse mal, a desmayarse, a pesar que no le ha ocurrido en ninguna ocasión. Cuando su madre le pide cita con su doctora, siempre encuentra una excusa para no acudir. No se atreve a ir por temor a que le ratifiquen sus diagnósticos.
Antonio explica que siempre ha sufrido. Sus amigos siempre le recriminan que es un “victimista-pesimista”, pero él no puede dejar de sufrir. Sufrir por el trabajo, por la opinión externa, por satisfacer las expectativas. No tolera la incertidumbre y quiere cuidarse para tener una buena salud. Después de unos años con unos altos niveles de estrés laboral, ha vuelto a aparecer en su vida un viejo conocido “El sufrimiento del miedo a tener un infarto o un ictus”. Dolor en el costado, respiración alterada y taquicardia en reposo, le alertan de la amenaza latente. En los últimos meses ha visitado diferentes especialistas, pero todos le dicen exactamente lo mismo: “Todo bien, estás sano como un roble”. “No puede ser” piensa él; no hay un día en el que se encuentre bien. “Es imposible no tener nada”.
En sus entornos, tanto Anna como Antonio han recibido comentarios de burla sobre sus preocupaciones y, en ocasiones, cuando han recibido la atención que solicitaban, la preocupación de su entorno ha alimentado la idea de que realmente están enfermos y que deben estar preocupados.
Estas dos personas sufren un trastorno. No tienen cáncer ni un infarto, pero no significa que no tengan una enfermedad. Sufren un trastorno de ansiedad y han visto su calidad de vida afectada por el pensamiento catastrófico, casi constante, sobre su salud. No se puede disfrutar de la vida si tenemos la convicción de que estamos sufriendo una grave enfermedad y, que además no está diagnosticada, con lo que no sabemos a qué gravedad nos estamos enfrentando.
Cuando una persona cree que puede sufrir cáncer, ELA u otra enfermedad grave, siente ansiedad. La ansiedad conlleva una serie de sensaciones físicas que pueden generar preocupación: aumento de la respiración, boca seca, mareos, dolor de estómago, de cabeza, pinchazos en el corazón, visión borrosa, náuseas, etc. y, es lógico pensar que la intensidad de la ansiedad y su duración es proporcional a la interpretación catastrófica de estas sensaciones físicas, que, si bien son desagradables, no son peligrosas en si mismas.
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Entonces, ¿Qué es la hipocondría?
Se trata de un trastorno psicológico en que la persona interpreta de forma desproporcionada las sensaciones corporales y les atribuye la condición de síntomas de enfermedad. Esta preocupación genera ansiedad y miedo. Y ese miedo y ansiedad genera un abanico de sensaciones físicas que mantienen este círculo vicioso.
Se estima que la prevalencia de trastorno hipocondríaco detectada en servicios de atención primaria se encuentra entre el 3% y 6% (Escobar, Gara, Waitzkin, Silver, Holman y Comptom, 1998), pero es probable que estas cifras no abarquen todas las personas que batallan con este trastorno, debido a que muchas de ellas no consultan o bien no se diagnostican de forma correcta.
Las características generales de la hipocondría podrían resumirse en:
1-Ansiedad intensa y persistente por la salud: Preocupación por sufrir o poder desarrollar una enfermedad grave, a pesar de no tener pruebas médicas que lo corroboren.
2- Autovigilancia: Estar a menudo pendiente de observar el propio cuerpo y las sensaciones corporales. Por ejemplo, si se piensa que se padece un cáncer, puede ocurrir que una persona se pese cada día para revisar que no ha perdido peso o revise la piel para descartar o revisar si hay un nuevo lunar que confirmen o descarten el diagnóstico.
3- Evitación o comprobación: Búsqueda en internet de información relacionada con los miedos, consultas médicas frecuentes o, al contrario, evitación. Se acostumbran a evitar situaciones que puedan generar sensaciones físicas temidas o relacionadas con el “miedo”. Por ejemplo, si una persona cree que puede sufrir un infarto, evitará hacer esfuerzo físico o deporte intenso por miedo a “disparar” el infarto. Al mismo tiempo, también es frecuente que el miedo lleve a evitar hablar sobre enfermedades o muerte.
4- Afectación emocional: Estrés, ansiedad e incluso sintomatología depresiva como consecuencia de la preocupación y el sufrimiento.
¿Cómo se empieza a sufrir hipocondría?
No hay una causa clara ni factores genéticos que expliquen el desarrollo de este trastorno. La salud, no hay duda, es importante y preocuparse por la salud parece razonable, pero para las personas con este trastorno, tener un problema grave de salud es algo muy probable, que está sucediendo o puede suceder. Hay un cambio en la percepción de probabilidades.
La ansiedad y la necesidad de control como rasgo de personalidad, parece razonable que puedan ser otros factores de predisposición a la hipocondría. También, en algunos casos tener episodios traumáticos relacionados con la enfermedad, ya sea a nivel personal o en personas del entorno podría también influir, así como proceder de familias muy protectoras y controladoras.
En los últimos años, la facilidad de acceso a información médica a través de internet, también ha influido en agravar la situación.
¿Cómo es el tratamiento de la hipocondría?
Si entendemos el círculo vicioso que explica y mantiene la hipocondría, el tratamiento deberá poder acabar con este circuito. Para ello, podemos establecer una serie de intervenciones, centradas en la terapia cognitivo conductual. A modo de esquema, se trataría de:
• Psicoeducación: Comprender la ansiedad y su respuesta física y el círculo vicioso. Conocer el trastorno de hipocondría.
• Terapia cognitiva para poder identificar y cuestionar los pensamientos catastróficos sobre la salud. En este sentido existen variedad de técnicas desarrolladas de forma específica para cuestionar los pensamientos hipocondríacos.
• Exposición a las situaciones evitadas por miedo, así como exposición a las sensaciones físicas temidas.
• Reducir las comprobaciones.
Como técnicas y herramientas complementarias, se han demostrado eficaces:
• Entrenamiento en técnicas de relajación
• Estrategias de gestión del tiempo y solución de problemas. Cambios en estilo de vida.
• Técnicas de Mindfulness
Y en algunos casos, de mayor gravedad, plantear la terapia combinada con fármacos antidepresivos y/ ansiolíticos.
Por tanto, la hipocondría no es ni una elección, ni un dramatismo o exageración. Se trata de una respuesta de ansiedad ante lo desconocido e interpretado como peligroso. Tratarla implica comprender su impacto, abordar el círculo vicioso en todas sus partes y dotar a la persona de herramientas para que pueda recuperar la sensación de control sobre su vida y establecer una relación positiva y calmada con las sensaciones corporales y comprender la ansiedad.
Como sociedad es importante desterrar el estigma asociado a este trastorno y fomentar una comprensión respetuosa, para que, al fin, con la ayuda y el tratamiento adecuado, la persona pueda escuchar a su cuerpo silenciando el ruido del miedo. .
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