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Las desigualdades también deprimen

Las desigualdades también deprimen

En las últimas décadas, el paradigma de la salud mental ha estado dominado por una visión centrada en el individuo y en la química del cerebro, como si las causas del sufrimiento humano se escondieran exclusivamente bajo nuestro cráneo, entre neurotransmisores desregulados y conexiones neuronales que no funcionan.

Hoy sabemos que esta visión es incompleta e injusta, porque nuestra salud mental no depende exclusivamente de lo que pasa en nuestro cerebro, sino que el contexto en el que vivimos tiene un peso fundamental.

La OMS habla de determinantes sociales de la salud, refiriéndose a los factores que influyen en nuestras oportunidades de vida —nivel de ingresos, acceso a educación, condiciones laborales, acceso a vivienda y red de apoyo social, entre otros—. La evidencia científica apunta a que, independientemente de lo que ocurra dentro de nuestros cerebros, estos factores condicionan de forma significativa nuestras posibilidades de bienestar.

Una de las relaciones más estudiadas en salud mental es la que existe entre el nivel socioeconómico y el desarrollo de problemas mentales. En general, las personas con mayores ingresos tienen niveles más bajos de ansiedad y depresión, además de tener actitudes más positivas hacia los tratamientos que reciben para dichos problemas.

Cuando tenemos dificultades para hacer frente a facturas, alquiler o a necesidades básicas, es normal que nuestra reacción emocional sea adversa. Si esta situación se prolonga en el tiempo se da el caldo de cultivo óptimo para que aparezcan problemas mentales. En niños y adolescentes la desigualdad también juega un papel central. Los jóvenes de entornos socioeconómicos bajos tienen tasas más elevadas de trastornos psicológicos.

No obstante, en Europa hay factores más específicos, como el desempleo o el nivel educativo, que pueden tener incluso más peso que el nivel de ingresos. En España los datos siguen esta misma línea. La precariedad laboral es una de las variables que más influye en la aparición de problemas de salud mental. Estar en paro o de baja médica incrementa significativamente el riesgo de padecer malestar. Además, cuanto más inestable es un trabajo, peor es el estado psicológico de los trabajadores.

Pasamos casi un tercio de nuestro día en el entorno laboral, si no podemos conciliarlo con nuestra vida personal es lógico que la salud mental se resienta. Además, si las condiciones laborales son abusivas es normal sentirse triste, enfadado y ansioso; y si pensamos que no nos remuneran como merecemos el riesgo se incrementa.

La relación es bidireccional: la desigualdad y los factores estresantes nos empujan a sufrir problemas de salud mental, pero también estos problemas nos llevan a padecer condiciones de desigualdad y a sufrir adversidades. Esta espiral ha sido confirmada por un metaanálisis reciente, y supone un desafío fundamental para la prevención y el tratamiento.

Determinados contextos actúan como arenas movedizas en las que padecer problemas de salud mental hunden aún más a las personas y las exponen a situaciones cada vez más desfavorables.

Compton y Shim, en su artículo Los determinantes sociales de la salud mental, analizan los factores macrosociales que influyen en los problemas mentales —como la desigualdad, el acceso a educación, la sanidad o las políticas públicas—. Los autores entienden la salud mental desde un modelo bio-psico-social, en el que la interacción entre la herencia genética y el ambiente explica la aparición de trastornos mentales.

Concluyen que cuanto más se complican los contextos, más aumenta el riesgo de padecer problemas mentales; cosa que impacta en el acceso a la educación, merma la capacidad de toma de decisiones, incrementa las posibilidades de caer en estrategias disfuncionales de regulación emocional —como el uso de sustancias— y dificulta el acceso a tratamiento.

Una reflexión simple al hilo de esto: aunque el acceso a educación en España es universal, las oportunidades no son las mismas para una persona dedicada exclusivamente a estudiar frente a otra que compatibiliza estudios y trabajo para llevar dinero a casa.

Pero, ¿cómo puede romperse el círculo vicioso? Compton y Shim recomiendan la modificación de políticas públicas que reduzcan la desigualdad para atajar el problema desde la base.

Comprender que la salud mental se construye en interacción con el contexto no solo es un paso hacia una atención más efectiva, sino una exigencia ética. No podemos seguir pidiendo fuerza de voluntad individual a personas que arrastran condiciones estructurales injustas. Las emociones no flotan en el vacío. Se enraízan en la precariedad, la exclusión, la desigualdad; y si de verdad queremos mejorar la salud mental de la población, tenemos que actuar sobre esas raíces.

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Acerca del autor:

Jesús Matos
Jesús Matos es licenciado en Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y tiene un Máster de psicología clínica y de la salud en la misma universidad y otro en Psicología legal y forense en la European Foundation of Psychology.

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